"Cada cierto
tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna
refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad
se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los
gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan.
El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre si, desconoce la
autocrítica, está condenado a permanecer en su módico refugio.
El mediocre rechaza el diálogo, no se atreve a
confrontar, con el que piensa distinto. Es fundamentalmente inseguro y busca
excusas que siempre se apoyan en la descalificación del otro.
Carece de coraje para expresar o debatir públicamente
sus ideas, propósitos y proyectos. Se comunica mediante el monologo y el
aplauso.
Esta actitud lo encierra en la convicción de que él
posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
Los que piensan y actúan así integran una comunidad enferma y más grave aún, la
dirigen, o pretenden hacerlo.
El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos,
viejísimo problema que siempre desnaturaliza a la Justicia.
No soporta las formas, las confunde con formalidades, por lo cual desconoce la cortesía, que es una forma de respeto por los
demás.
Se siente libre de culpa y serena su conciencia si disposiciones legales lo
liberan de las sanciones por las faltas que cometió.
La impunidad lo tranquiliza. Siempre hay mediocres, son perennes. Lo que varía
es su prestigio y su influencia.
Cuando se reemplaza lo cualitativo por lo conveniente, el rebelde es igual al
lacayo, porque los valores se acomodan a las circunstancias.
Hay más presencias personales que proyectos. La
declinación de la “educación” y su confusión con “enseñanza” permiten una
sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos
ignorantes y rapaces."
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