No
sólo todo está vivo, también está cambiando, ninguna forma es permanente, todo
crece, se mantiene, se marchita, se transforma en otra cosa. Los objetos que
nos rodean establecen, a su manera, lazos con nosotros. Estos lazos nos ayudan
a crecer, a mantenernos vivos, y luego a marchitarnos en forma equilibrada para
dar paso a una nueva forma de vida. Si se comportan así, son positivos, pero si
insisten en permanecer sin aceptar cambios, son nefastos. Crecer y sólo crecer,
tratando de nunca dejar de desarrollarse, conduce a catástrofes. Mantenerse en
lo que se considera que se es, eliminando aportes nuevos y pérdidas necesarias,
conduce a la petrificación. Entregarse a la destrucción sin dejar nacer lo
nuevo, es nefasto…
Lo
más precioso que tenemos es la vida. Debemos respetarla. No sólo la nuestra,
sino la vida de todo lo que continuamente nace, se mantiene un tiempo, perece…
Los objetos personales debemos aprender a tratarlos con la misma delicadeza que
tratamos a un niño. Los objetos innecesarios son invasores, devoran parte de
nuestra energía. Los objetos que tratamos en forma distraída, con brusquedad,
se vengan causándonos accidentes.
Mas
si los tratamos con respeto, se convierten en nuestros aliados, otorgándonos
valores